Este domingo vamos a dar un toque corto a nuestra reseña. Luisa no está en casa es el título que ocupa nuestro HITOS DEL CINE. Los caprichos del destino han privado de un mayor reconocimiento a uno de los cortometrajes más atractivos producidos en España a lo largo de 2012. Único representante español en la selección oficial de la pasada Mostra de Venecia, Luisa no está en casa ha estado cerca varias veces de consagrarse, pero le ha faltado ese puntito de fortuna que podría haber impulsado su prometedora trayectoria hacia direcciones más exitosas.
Lo cierto es que a pesar de sus pesares, que también los tiene, méritos no le faltan a la opera prima de Celia Rico para sobresalir entre las propuestas más destacadas y sólidas de los últimos meses. Por empezar por sus contras, no negaremos que su punto de partida sea poco original y que transcurra por caminos trillados en algunos momentos de sus algo abultados 20 minutos, aunque tomen apuestas y destinos propios en cada caso.
Este punto de arranque es una mirada hacia la vejez, concentrada en el desencanto que sufre su protagonista, una espléndida Asunción Balaguer. Luisa ha llegado a la recta final de su vida acompañada de su marido, el recientemente fallecido Fernando Guillén. Apenas hablan etre sí. Sin embargo del silencio de la mujer y del monólogo insustancial del hombre, se desprenden muchas más cosas que las que dicen las palabras. La mostración de su relación actual empuja inmediatamente a imaginar todo su pasado. Los años de abnegación y sumisión, acaso los sueños y promesas desvanecidos en el tiempo, erosionados en el inmutable transcurrir del día a día, la sensación de una vida entragada al cuidado del marido, de los hijos, de la casa.
Celia Rico concentra la narración en esos espacios y tiempos muertos, afilando el realismo con paciencia y precisión, con vocación de obervadora, pero también de narradora, pues a través de las rendijas que se van descubriendo en Luisa no está en casa, nos introducimos en el mundo cerrado del hogar y de los sentimientos de frustración y hastío de su protaginista, en la historia de una personalidad arrebatada y anulada.
La predilección por el plano secuencia, la cámara casi siempre fija, su emplazamiento distanciado de los personajes, la iluminación saturada de color y contrastada en su pesimismo, redundan en el retrato de un agotamiento vital sin llevar nunca al espectador al tedio ni tampoco a la desesperación. Éste nunca es partícipe, sino testigo de las dudas existenciales de Luisa sin que ella tenga necesidad de recurrir al verbo para compartirlas.
En este esquema de rituales diarios, de rutinas adocenadas, un suceso tan pacato como la avería de una lavadora supone un gran punto de ruptura en la existencia de Luisa, empujada a salir a la calle y acudir a una lavandería pública para hacer la colada. Un hecho que se prolongará varios días a causa de la poca importancia que tiene para su marido, que no termina por aportar la solución que devuelva a Luisa a su cotidianeidad. Este acto supone sin embargo un gran cambio vital para ella, que redescubre un nuevo espacio. La escapada final de Luisa a un futuro incierto no deja de producir cierta sensación de catarsis, a medio camino entre la liberación y la tristeza. Los puntos fuertes del cortometraje son su honestidad, el rigor de su puesta en escena, sus decisiones estéticas, las interpretaciones de sus actores y la sensibilidad con que su autora consigue dotar de emoción y trascendencia a un retrato que huye del costumbrismo.
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